A vueltas con el cambio

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En los últimos días he asistido atónito al movimiento anti metodologías activas en la enseñanza que hay en la red, en concreto en Twitter. He leído descalificaciones, mofas e insultos contra los que, de una manera u otra, sabemos que esto en lo que estamos metidos de la educación, tiene que cambiar, debe cambiar. Pero no voy a caer en el mismo error, y no se trata de docentes que defiendan una u otra metodología, porque ese debate no existe, o al menos yo no lo he visto en esa vorágine de ataques. Se trata de un reducido grupo de personas (o personajes, porque espero que en sus aulas no sean así), que intentan hacer mucho ruido y, sobre todo, daño. Afortunadamente la cosa se queda en ruido, porque el movimiento de docentes que creen que algo falla en la educación tradicional es imparable (véanse cursos de formación, congresos, ponencias, etc). Pero todos los que buscamos el cambio estamos equivocados, según este grupo reducido de personajes (insisto que son los que insultan, no los que creen que es mejor el método tradicional de enseñanza). Esto no ha hecho más que reafirmar mi postura de que debemos poner al alumno en el centro de su aprendizaje, debemos dejar que construya. 

Trabajo en un colegio en el que nos tomamos muy en serio la atención a la diversidad, y hemos comprobado (sí, con recogida de datos y mucha observación) que con metodologías tradicionales, directivas, abarcamos a menos alumnos. Porque no todos están escuchando y es entonces cuando pierden parte (o toda) la “valiosa” información que les estamos ofreciendo. Desde que estamos trabajando por proyectos y a través de cooperativo, los alumnos de necesidades educativas especiales, por ejemplo, salen menos del aula con el especialista (a no ser que tengan que trabajar en algo específico). porque ya no sienten que no pueden llegar a lo que los demás sí, porque tienen una motivación enorme en realizar investigaciones, en trabajar junto a sus compañeros, en definitiva, no se ven como los niños diferentes que tienen que salir del aula porque no aprenden igual que los otros. Y lo más importante es que avanzan, aprenden, conviven.

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Mi experiencia personal como alumno me ha hecho replantearme muchas cosas una vez que me decidí a dedicarme a esto tan apasionante que es la enseñanza. Yo era un alumno que en clase no era nada disruptivo, mis profesores podían decir que me portaba bien. Por supuesto las clases eran unidireccionales entonces, magistrales; el profesor tenía todo el conocimiento y era el encargado de transmitírnoslo a la masificada clase de alumnos (y nos quejamos ahora de las ratios) que estábamos allí intentando escuchar. Un modelo de enseñanza que parecía el adecuado en aquella época, y que por supuesto, cumplió su función dentro de las características de la sociedad. En cuanto a la información, bueno, no existía internet ni los avances en tecnología que ahora tenemos. Para buscar información debías acudir a las bibliotecas y consultar libros, enciclopedias. Solo había un “pequeño” problema: si no escuchabas en clase, perdías esa valiosa información. Pero lo mejor es que después la podías encontrar en el libro de texto. ¡Qué pérdida del tiempo de clase! Me costaba mucho centrarme en escuchar al profesor, sobre todo en las asignaturas que me gustaban menos. Pero de eso nadie jamás se dio cuenta. Porque gracias a los libros de texto, después lo memorizaba en casa y lo “expulsaba” como si no hubiera un mañana, el día del examen. Y digo “expulsaba” porque ya no volvía a entrar en mi sistema. Al día siguiente de realizar el examen no recordaba casi nada de todos esos datos que había memorizado. Pero aprobaba. ¿Eso es lo que queremos de nuestros alumnos? ¿Que vengan a la escuela a aprobar? 

Actualmente este modelo está desactualizado, tiene que estarlo. Porque si el profesor se dedica simplemente a transmitir información en el aula, estamos perdiendo un valioso tiempo dentro de la misma para desarrollar otra serie de competencias más acordes con la sociedad en la que vivimos. La información, de la que tan preocupados están los que defienden los métodos tradicionales, se puede conseguir por muchos medios. El espacio-aula debe ser un espacio dónde poder interactuar, contrastar que esa información les ha llegado, crear experiencias de aprendizaje que permitan a nuestros alumnos desarrollar esas competencias que les van a servir en su futuro. Porque recordemos, les estamos preparando para un futuro incierto. Vamos a ciegas. Pero lo que sí sabemos con certeza son las habilidades, destrezas y herramientas que les van a servir para tener éxito, como son el trabajo cooperativo, el saber buscar y contrastar información, la resolución de problemas, el emprendimiento, pensamiento crítico y un largo etcétera.

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Luego están los libros de texto. Los libros de texto no son malos de por sí (aunque hay algunos que son realmente pésimos), pero encorsetan el aprendizaje, lo limitan a lo que dicen, a lo que los autores decidieron en el momento que lo escribieron, sobre qué es lo que nuestros alumnos deben aprender. Y aquí volvemos otra vez con la atención a la diversidad, porque un libro de texto, igual para todos los alumnos del aula, no tiene en cuenta la diversidad de los niños que en ella se encuentran; porque no todos mis alumnos son iguales, porque no todos los grupos son iguales y porque hay que tener en cuenta, además, las características e individualidades de cada centro. Así es que, en mi opinión, los libros de texto pueden ser usados, claro que sí, pero no como única fuente de información. Hay muchos más recursos (y libros) de donde podemos extraer esa información, comparar, investigar, criticar.

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Los detractores de las metodologías activas se escudan en que son modas y en que no hay estudios probados que verifiquen su validez. Pero los hay (quizá en otra entrada del blog o del podcast los comente). A mi me valen los estudios y seguimiento que estamos haciendo con los alumnos que se inician en este tipo de metodologías en mi colegio, porque como dije, está muy bien lo que digan los demás, pero vamos a adaptarlo a nuestra realidad y a nuestro entorno. Un punto importante de comparación es cuando estos alumnos hacen las pruebas externas (a las que muchos dan una desmesurada importancia), porque existen y al menos nos sirve para analizar resultados y llegar a conclusiones dentro de nuestro centro, nunca compararnos con otros. De momento, desde nuestra experiencia no hay cambios significativos en los resultados de las mismas; el cambio está en que los alumnos vienen más felices y aprenden de otra forma, APRENDEN. No digo que antes no se aprendiera, pero ahora lo hacen porque quieren (como el título del libro del gran Juan José Vergara) y cuando haces algo porque quieres y además te emociona, perdura.

Enlazando con el tema de las pruebas externas, hay que comentar el tema de la evaluación. Calificar NO es evaluar, y el examen no puede constituir la única herramienta para conocer lo que el niño sabe. Queremos que el alumno adquiera los conceptos, las destrezas y competencias pero... ¿Por qué tiene que demostrar si los ha adquirido o no solo mediante una prueba escrita y en un solo día? Hay multitud de herramientas y técnicas de evaluación para poder ir recogiendo evidencias de los aprendizajes de nuestros alumnos y que no se la jueguen en un único día (todos tenemos un mal día). No nos quedemos solo con el examen. Queremos que los alumnos vengan a la escuela a aprender, no a aprobar, como dije al principio.

Como conclusión quería añadir que, por supuesto, para aplicar cualquier tipo de metodología en el aula los profesores necesitamos formación. Puede ser tan perjudicial un profesor impartiendo sus clases tradicionales que no tenga ni el más mínimo interés por sus alumnos, como el mismo diciendo que está aplicando metodologías activas. Necesitamos un poco de rigor y seriedad; necesitamos centrarnos en nuestros alumnos, en sus necesidades y atención a la diversidad. Debemos salir de nuestra comodidad, porque no se trata del maestro, se trata de los niños. En ningún caso debemos pensar que unos u otros tenemos la verdad absoluta y que lo nuestro es lo mejor. El análisis y la evaluación es fundamental para reajustar y cambiar nuestras prácticas; y sobre todo, muy importante es el trabajo en equipo entre los profesores, el compartir lo que cada uno hacemos en el aula y “robarnos” ideas los unos a los otros.

Desde estas líneas quiero agradecer la gran labor que estáis haciendo los docentes para el necesario cambio que se tiene que dar en la educación, porque nadie dijo que era fácil, y porque el esfuerzo que estáis haciendo es monumental.

Especialmente quería dedicarlo a los profesores de mi centro, porque juntos estamos creando un proyecto educativo que ilusiona.